domingo, 31 de enero de 2010

Vivir juntos: ¿Qué es eso?

La existencia de la diversidad es una realidad cultural colectiva que en los últimos años, a causa de los prejuicios ha conducido a la fragmentación comunitaria. El desgarramiento de nuestra cultura originaria, propiciada por la conquista española y trescientos años de vasallaje colonial, abrió profundas heridas en nuestra identidad étnica. Sobre todo en la forma de vernos a nosotros mismos y de percibir a los demás. Lo distinto, desde nuestros orígenes mestizos significa un conflicto que difícilmente trascenderemos en breve, a causa de las asimetrías existentes en nuestro escenario social. Es por ello, que estamos aún ante el imperativo de mirar por encima de los juicios y prejuicios para captar nuestra historia y realidad presente con la mayor objetividad posible. El tránsito a estadios de organización superiores, en los que las diferencias no sean motivo de discriminación, es una condición indispensable para el mejoramiento de los grupos humanos. Las diferencias que nos son propias por la diversidad de cosmovisiones y de culturas con perfiles y lenguas distintas, se han esgrimido como un pretexto para justificar la agresión de unos grupos sobre otros.
Según la opinión de los estudiantes del C.B.T.a No 138 de Villa Hidalgo, Zac., la razón principal del desprecio, es la posición económica. Refiriéndonos al contexto zacatecano, entre los grupos sociales más desprotegidos se observan también algunas diferencias socioeconómicas, que aunque no son significativas, generan por los prejuicios, situaciones de rechazo y bloquean las posibilidades de comunicación. De modo que la diversidad y todo lo que ella significa, es un argumento que se arroja como un proyectil para destruir los vínculos existentes entre los miembros de las comunidades. Desintegra su sentido de pertenencia a ellas; y la tendencia a la agresión y al rechazo, conducen a la mutación de nuestras estructuras perceptivas deviniendo en prejuicios racistas. Entonces, terminamos aceptando casi como normales, relaciones excluyentes entre nosotros mismos que minan nuestras capacidades de organización para vivir mejor.
Por estas razones, tenemos que plantearnos el reto de fortalecer los elementos que dan vigor a la identidad que nos es propia; considerando como punto de partida la diversidad, el legado histórico y las posibilidades de expansión y enriquecimiento etnocultural. Vivir juntos, -en algún sentido- es referirnos a un escollo de integración que no hemos salvado satisfactoriamente. Necesitamos aprender a mirar al otro y verlo como alguien que nos invita al hallazgo. Para esto tenemos que superar primero la tendencia errónea a juzgar a los demás a través del prejuicio sin concederles ni permitirnos la oportunidad del redescubrimiento mutuo. Yo estoy convencido de que la educación en particular y los espacios que la relación social ofrece, propician acercamientos entre los grupos. Se presenta así, la ocasión para la discusión de enfoques nuevos orientados a la edificación de una sociedad mejor basada en el respeto y la tolerancia. Requerimos ensayar nuevas fórmulas de relación humana. La escuela pública, pudiera ser la matriz de gestación de generaciones con valores distintos para corregir las deformaciones culturales y las creencias equivocadas nacidas de los prejuicios que nos han hecho tanto daño. Por esta posibilidad, urge transformar la práctica educativa y con ella los profesores que no somos quizás, los formadores de los mejores seres humanos posibles. Para esto, es necesario superar todavía los prejuicios y la intolerancia -que en buena medida- estigmatizaron nuestra propia formación profesional y humana. Al platicar con mis estudiantes sobre el asunto de la discriminación y los prejuicios -y otras malas yerbas que crecen junto a éstos- han reconocido que se discrimina por todo y en todas partes… incluida la familia. Además de la posición económica, coincidieron que las creencias religiosas, la forma de vestir, el aspecto físico y hasta el color de la piel y la forma de pensar, en determinado momento, son factores para excluir a los demás.

Además de la transformación individual integral y de la toma de conciencia respecto al problema de “la vida en común”, es urgente repensar las relaciones entre el Estado y la sociedad. Hasta ahora los vínculos entre gobernantes y gobernados se han visto marcados por el desprecio y la falta de respeto. El gobierno no ha buscado siempre los mejores acuerdos con la colectividad civil. Al contrario, ha avanzado persiguiendo sus fines pasando por encima de todos. Necesitamos concretar nuestra relación social en otros contextos para que nuestros códigos y procederes éticos se modifiquen también. Y esto no es fácil. Marx lo dijo alguna vez: “lo último que cambia en el individuo es la conciencia…” y es aquí, donde cada quien tenemos que asumir la parte que nos toca si queremos propiciar un cambio. Quizás corresponde al gobierno reconocer, que la crisis por la que atraviesa la sociedad actual, es producto de la falta de oportunidades y de espacios de crecimiento sano y digno; aunque desde luego, no son los únicos. Otra situación grave, es que no hay lugar para quienes piensan distinto. Desde otra vertiente, la distancia entre quienes poseen todo y quienes no poseen nada se ha transformado en el caldo de cultivo para que se profundicen el racismo y la intolerancia, obstruyendo antes de que inicien, los intercambios que pudieran darse entre los grupos.

La escuela, según la concepción de los alumnos, no está a salvo de la discriminación y la intolerancia. Las prácticas educativas verticales y autoritarias que prevalecen en gran medida todavía, son una prueba fehaciente de ello. Al vernos juntos -estudiantes y profesores- se evidencia un conflicto de poder que no ha sido solucionado. Éste no se expresa sólo en los profesores con respecto a los alumnos, sino de los primeros con respecto a la autoridad institucional. Y es así, porque la escuela -desafortunadamente- todavía funciona como antesala de la sociedad autoritaria y excluyente en la que se encuentra inserta. Sin embargo, es justo admitir, que ha habido avances significativos en los planteamientos teóricos relacionados con modelos educativos recientes en los que se encuentra parte de la solución. En ellos se reconoce la dimensión que debe de tener la persona en cuanto tal. Pero al concretar los procesos en el aula, algo sucede: las viejas inercias y la tradición terminan imponiéndose. Esto quiere decir que ni los prejuicios ni la intolerancia están extintos de nuestra praxis. La resistencia al cambio define los derroteros finales en la intervención pedagógica. De tal manera, que la respuesta al cuestionamiento inicial: ¿Qué es lo que significa vivir juntos? deberá esperar un buen tiempo todavía. Ya veremos que sucede.









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