viernes, 25 de junio de 2010

Ideas sueltas para la enseñanza de los valores en las escuelas públicas

Los valores y la moral en general -por lo regular y en cualquier tiempo- son resultado de un proceso de imposición desde afuera y que obedece a ciertos fines económicos, políticos, ideológicos, culturales, religiosos o de otra índole. De ahí el desacuerdo. Porque ante tal imperativo, caben los cuestionamientos: ¿Los valores de quién? ¿Cuáles sistemas de normas? ¿Y en función de qué o por qué?

Cada vez es más difícil educar y formar en los valores, dentro de la escuela y fuera de ella. El contexto sociocultural y familiar en nuestro país y en muchos otros, con los que compartimos características similares, enfrentamos esta dificultad. Es improbable enseñarles a los niños y a los jóvenes la autonomía moral y las buenas costumbres –si es que este concepto se puede estandarizar- cuando del mundo exterior -el ajeno a la escuela- (que nada debiera serle ajeno) bombardea la conciencia de los estudiantes con mensajes opuestos a los valores y normas que pretendemos enseñarles. Luego, se ven atrapados entre un discurso apócrifo y subliminal y la realidad objetiva; que por lo regular, suele ser más cruel de lo que acostumbramos describirla en las escuelas.

No hay que hacer esfuerzos muy grandes, para darnos cuenta de que -por lo menos en este rubro- la escuela está siendo rebasada. En nuestro país, la institución educativa no ha tenido en los últimos años -en que la sociedad se ha vuelto más compleja- soluciones de fondo en el terreno moral (ni siquiera en el académico) que apunten a la formación de mejores seres, dotados de mayores recursos y posibilidades de intercambios humanos favorables; en donde docentes y estudiantes construyan soluciones basadas en la colaboración y el respeto para edificar así, una ética de la postmodernidad. Tenemos esta asignatura pendiente en las escuelas. La educación debe tener siempre un fin social, tiene qué capacitar para la vida comunitaria ese será su fin primordial.

Esto me recuerda que en todo proyecto educativo, subyace un paradigma de ser humano por el que se lucha y en virtud del cual, el proceso formativo en su conjunto adquiere sentido y razón de ser. En México hemos andado de aquí para allá y acullá, adoptando modelos de todas partes; hasta que nuestras autoridades -las vacas sagradas que están en la Secretaria de Educación Pública- se dijeron entre ellos: ¡Eureka la hemos hallado! ¡Por fin encontramos lo que buscábamos con ahínco desmedido! ¡Ya hemos dado con la caja de pandora! ¡Hemos empezado a destaparla! ¡Ahora sabemos que lo que más conviene a nuestro país, es la educación basada en competencias laborales. ¡Loado sea el Banco Mundial, el Libre Mercado y los procesos globalizadores!

Para evaluar los valores en las escuelas, se requiere ante todo, unidad y congruencia; consistencia en todos los aspectos de la vida social; pero básicamente, en la relación entre el gobierno y la sociedad civil. Sólo en un contexto así, podremos enseñar realmente valores en las escuelas. Los contrasentidos empiezan por la forma en que el gobierno se conduce. Por lo regular piensa una cosa, dice otra y hace otra todavía más distinta de las dos anteriores. En este orden de ideas, es muy difícil inculcar en los alumnos la noción de lo correcto; porque ellos se dan cuenta más temprano que tarde de las asimetrías existentes entre el contenido ideológico de un discurso y la realidad real.
¿Qué es lo bueno? ¿qué es lo deseable? ¿qué es lo correcto? Desde la antigüedad hasta nuestros días, los filósofos se han devanado los sesos tratando de hallar respuestas satisfactorias, definitivas a este dilema; pero no lo han conseguido… porque no las hay. Los valores son subjetivos; a grado tal que en el ejercicio infructuoso de imponerle a alguien lo que debe de hacer o pensar, se generan conflictos y desencuentros… por la connotación que cada quien hace de ellos, desde su óptica muy propia.

Esto de la enseñanza de valores y actitudes en las escuelas es algo en extremo difícil, por todas las cosas que he dicho; pero me llama particularmente la atención el desastre que se observa en la dinámica familiar; que es el primer espacio donde se observa obstruido el proceso de un modelaje positivo por parte de los adultos que están cerca de los niños y de los jóvenes. De tal modo que la discusión va para largo. Podríamos llenar páginas enteras sin coincidir… o sin ponernos de acuerdo sobre cómo habremos de tratar la cuestión de los valores o las actitudes. Habría que empezar por verlo como algo intrínseco al proceso de los aprendizajes y que no se perciba sólo como un añadido o un apéndice carente de significado que volvería más complejo el escenario escolar y la relación entre profesores y estudiantes.