domingo, 31 de enero de 2010

Reflexiones sobre derechos indígenas y medio ambiente a la luz del Derecho internacional.

Es un texto que contiene muchos aspectos interesantes y rescatables tales como: el respeto a la naturaleza, el aprovechamiento racional de sus recursos, las relaciones existentes entre el hombre y el medio, el medio natural como uno de los orígenes del Derecho indígena, una concepción de la naturaleza que afecta y da rumbo a su vida. Surge también la reflexión de cómo en la actualidad prevalecen prácticas depredadoras del medio natural, que revelan con certeza que hemos perdido todo vínculo significativo con la naturaleza -a no ser el de acercarnos a ella para extraer sus recursos indiscriminadamente- los nexos existentes entre la vegetación y las costumbres, los múltiples significados del maíz en su cotidianidad, por mencionar algunos. Es demasiado lo que se podría decir de cada uno.

Quiero referirme, aunque sea en forma muy somera a la relación espiritual que los indígenas tienen con la naturaleza. Para el indio, la tierra, la naturaleza en su conjunto, no es sólo el espacio limitado en que se despliegan temporalmente sus múltiples relaciones e intercambios y que le permiten en un momento dado, asegurar su existencia material. La tierra es además, el elemento donde está su origen, su desarrollo y las manos amorosas que lo cobijarán cuando muera. Por esto experimenta no sólo respeto por ella, sino también, una reverencia constante y una veneración mayúscula que trasciende lo material. Es decir, se ancla en los terrenos de lo espiritual. ¿Qué es lo espiritual para el indígena? Lo que germina y da origen a la vida: el sol que reaparece cíclica e interminablemente en el horizonte, el agua que se desliza por los arroyos y que sacia su sed, las plantas que refulgen con su verdor por doquier de las que extrae alimentos y medicinas, el calor del desierto, el maíz porque nació de él y es espíritu vivo, la luna que ilumina las noches, su cultura es también espíritu que clama, la luz que se propaga por doquier, el cosmos que vibra y con el que está en comunión permanente. Es algo de lo que no se siente aparte. Es más, se sabe parte de ello. Es la sangre y el sufrimiento con que está escrita su historia. Siente el espíritu de la naturaleza en las flores, en los animales, en el aire, en el murmullo de los ríos, en las montañas silenciosas, en el trinar de los pájaros, es creación y equilibrio, es música y armonía, es trabajo y sudor, es esfuerzo y es fruto… son cantos insospechados de su esperanza. Esta unidad indisoluble implica para él, una experiencia radical, profunda y definitiva. Y la deificación de los elementos de la naturaleza es una prueba irrefutable de ello.
Es inevitable el descubrimiento de una poesía inenarrable en todo esto. Se desprende de la relación sencilla y filial que las etnias de América han establecido desde siempre con la naturaleza. Este vínculo es espíritu puro. Ellos lo saben. Y significa que tienen conciencia de haber encontrado lo sagrado -en donde el estúpido hombre profano de la posmodernidad y el libre mercado- no hallan sino vías para saciar sus perversos intereses económicos. Se necesita comprender esto con la claridad requerida. Es sustancial para aquilatar suficientemente, la relación del indígena con su entorno natural, como algo que va más allá de lo inmediato y que se instala en lo espiritual y que adquiere dimensiones insospechadas.
Hacer este hallazgo, es descubrir una veta inexplorada que nos puede llevar por caminos más precisos para revalorar la complejidad y la riqueza del indio. ¿Entenderán todo esto los gobiernos neoliberales que andan mutilando sus tierras y paisajes construyendo autopistas y corredores turísticos, supuestamente para propiciar el desarrollo? Yo creo que no.

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