domingo, 31 de enero de 2010

Situación y vivencia de la interculturalidad en mi escuela.

La población en la región sureste del Estado de Zacatecas es mestiza. Por tal motivo, en el tema que hoy nos ocupa, haré referencia a la población en contextos vulnerables, es decir, en situación de atraso social. El nivel de desarrollo socioeconómico de esta región del semidesierto zacatecano es singularmente bajo, fenómeno atenuado por la existencia de agua en el subsuelo que ha permitido la explotación agrícola, que palia en regular medida esta circunstancia crítica. La pobreza extrema fue rompiendo gradualmente los lazos que los campesinos mantenían tradicionalmente con la tierra a la que estuvieron vinculados desde siempre porque era la que les daba el sustento. Pero la situación fue cambiando gradualmente desde principios de la década de los setenta del siglo pasado en adelante, cuando el campo empezó a entrar en crisis a raíz del agotamiento del Modelo de Desarrollo Estabilizador y que ha llegado a extremos intolerables después de la entrada en vigor del TLC. Los precios de la maquinaria, los insumos, los costos de la energía eléctrica para uso agropecuario y la falta de apoyo para revertir la situación de atraso estructural en el campo entre otros, devinieron en la escasa rentabilidad de este sector de la economía. Este hecho propició que desde hace poco más de tres décadas, lo flujos migratorios aumentaran significativamente, lo que ha representado desde entonces, una fuga de capital humano considerable que profundizó aún más la crisis que ya golpeaba severamente a los grupos sociales más desprotegidos. Entre tanto, la escuela como un microcosmos dentro del complejo escenario social descrito, pleno de contradicciones, ha seguido su marcha. Aparentemente muda e inerte a los cambios que han sucedido a su alrededor. Los intercambios en su contexto se han dado entre alumnos que pertenecen a un nivel socioeconómico similar. Si se dan diferencias entre sus miembros, la mayoría de las veces no son sustanciales, salvo rarísimas excepciones. Pero más que las diferencias existentes, la lucha por la sobrevivencia es el rasgo distintivo que tienen en común la generalidad de las familias que habitan en esta región. Aquellos que poseen una estabilidad económica relativa, la han conseguido con mucho esfuerzo. Unos del producto del trabajo en la Unión Americana, otros dedicándose al comercio, unos más a la agricultura de riego; que no obstante los bajos precios de sus productos en el mercado –porque el gobierno ha protegido a la industria y se ha olvidado del campo- han logrado satisfacer sus necesidades mínimas y mantenerse en pie en un contexto nacional que en lugar de considerarlos, los excluye y los rechaza, porque los pobres para quienes gobiernan siempre han sido un estorbo. En este sentido, en la situación de la población mestiza con respecto a la indígena del resto del país, no se observan diferencias palpables. Por otro lado, la política económica de carácter asistencialista y paternalista que caracterizó a las políticas públicas fue, ayer como ahora, símbolo de desprecio.

Referente a esto es necesario establecer que no habiendo diferencias significativas de raza, posición social y nivel de ingresos, la discriminación como fenómeno sociocultural, prácticamente no existe. Por lo menos no por las causas indicadas. Y es así en virtud de que no hay coexistencia de población mestiza e indígena. Entonces el proceso de integración humana al grupo social, no representa un problema. El hecho de compartir la misma condición los hermana porque la mayoría subsiste en un atraso semejante y la discriminación entendida como proceso de rechazo y exclusión prácticamente no se observa.

Las carencias que comparten y la lucha por subsistir, estrechan sus vínculos en lugar de disolverlos. En el contexto señalado, la educación y por ende, la labor cultural y concientizadora de la escuela, ha propiciado el surgimiento de visiones distintas, orientadas a superar la situación de atraso al concebirse en la percepción popular a la labor formativa de la escuela como un trampolín de acceso a mejores condiciones de vida. La función de la escuela –aunque en muchos aspectos esté a la zaga- no ha dejado de reconocerse. Y es además un instrumento social que estandariza, que diluye algunas diferencias entre sus miembros, lo que estrecha los lazos de identidad entre los alumnos, al saberse parte de un todo en donde son aceptados y su quehacer reconocido y valorado.
De modo que las relaciones sociales entre los habitantes de esta región del Estado y específicamente entre los estudiantes, más que estar caracterizadas por la convivencia intercultural, están marcadas por la lucha cotidiana por sobrevivir. Se vive, piensa y actúa en función de necesidades y de la pugna diaria por obtener los bienes que las familias requieren. Por tanto, la interculturalidad como no existe no representa un problema de integración humana. Así que más que pensar en tal situación como un conflicto que haya que solucionar, es urgente ensayar fórmulas que permitan el desarrollo económico y social. Y esto, sin lugar a dudas, no puede hacerse desde el aula, sino desde las políticas económicas –que no siempre son las mejores- y que deben de poner en marcha los tres niveles de gobierno y en las que debe de involucrarse la sociedad en general para allanar el camino a la construcción de una democracia participativa o directa y dejar atrás los simulacros sesgados que los políticos tradicionales y corruptos llevan a cabo actualmente para justificarse. No obstante la afirmación anterior, es obvio que la escuela siempre va a tener una parte importante que desempeñar, a través de su función culturizadora y educativa y que coadyuva permanentemente en una recreación de las relaciones humanas y de todos los procesos de interacción social, orientados a la creación de grupos y sociedades más justas e igualitarias, más creadoras y autónomas. Por ello, las estrategias docentes dentro del contexto que nos ocupa – y hablando ya de soluciones- tendrán que encauzarse a generar en los alumnos una conciencia de mayor equidad en las relaciones interpersonales y de grupo; pero también, una mayor apertura al reconocimiento y aceptación de la diversidad étnica y cultural como una experiencia que tenemos que vivir para ser mejores en todos los sentidos. Junto a las decisiones en materia política y económica, la escuela tiene que hallar procedimientos para estrechar los vínculos –ahora laxos- entre el hombre y la tierra, dándole otra orientación a los procesos formativos que se concretan en el contexto escolar en general. Porque junto a la aceptación de los demás hombres y a la pluralidad de visiones, en todas las escuelas debiera enseñarse el amor por la tierra y por la naturaleza, para experimentar nuevamente la comunión con las raíces extraviadas, propias de nuestras culturas ancestrales. Desafortunadamente no es así. Se ha trastocado la relación mística y profunda que existía entre nuestros antiguos indígenas y la tierra por un sentimiento de confusión y desprecio, porque la dignidad maltrecha de nuestros campesinos e indígenas agoniza. Entonces aquí estamos no sólo ante una dificultad educativa y cultural propiamente dicha, sino también y antes que todo, frente un conflicto de desarrollo social y humano que debe de ser atendido. Es un problema que trasciende los alcances de la escuela. De tal manera que en la región de la que hablo no está en cuestión la interculturalidad sino la búsqueda de alternativas para que el ser social mestizo pueda desplegar su capacidades e interrelacionarse con los demás en un marco de respeto y reconocimiento de la heterogeneidad que es algo que también está más allá de la cuestión étnica propiamente dicha.

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