domingo, 31 de enero de 2010

Reflexión sobre la relación existente entre los saberes académicos y los que se aprenden fuera de la escuela.

La entrevista aplicada a los alumnos del C.B.T.a. No 138, constó de diez preguntas, que tuvieron como propósito identificar la relación existente entre los conocimientos adquiridos en las escuelas (saberes académicos) y los aprendidos fuera de ella (saberes no académicos). Los resultados arrojados por este instrumento fueron interesantes, no obstante haber considerado sólo una muestra reducida –seleccionada aleatoriamente- del universo total de los estudiantes existentes en dicha institución.
Estoy convencido de que para establecer con precisión, alguna suerte de generalización que tenga cierto grado de validez, consideraremos de inicio que los aprendizajes o saberes, se efectúan en formas y contextos muy diversos a lo largo de la vida. Estas situaciones de aprendizaje, van desde las más ordinarias, como el contacto con las demás personas o la necesidad de resolución de algún cálculo matemático elemental, hasta aquéllas que están planteadas sistemáticamente -las de las aulas, laboratorios, talleres y el campo- y que tienen como fin, que los aprendizajes se den. Entonces, es una verdad indubitable que aprendemos en las circunstancias y condiciones más disímiles –incluso a pesar de nuestra voluntad- y sin que seamos conscientes de ello, como una respuesta permanente a las exigencias de adaptación que nos plantean los medios natural y sociocultural en que nos desenvolvemos.

Partiendo de las implicaciones de la aseveración anterior, mencionaré los aspectos más relevantes que descubrí en el análisis de la información vertida por las entrevistas mencionadas. Uno de ellos es, la relación surgida entre los saberes que son resultado de un proceso intencionado y aquéllos que no son producto de éste; sino que se originan como una consecuencia espontánea y a veces necesaria de la cotidianidad; a los que por cierto, no consideraríamos menos ricos o dignos de tenerse en cuenta. Y es así, porque surgen del sinnúmero de relaciones e intercambios que efectuamos diariamente, en todo momento con las cosas, las personas y las ideas.
Las conclusiones y consideraciones a las que llegué -aunque no tengan un carácter definitivo- son las siguientes: Los estudiantes saben hacer con precisión la distinción entre saberes académicos de aquéllos que no están revestidos de tal condición. Esto a primera vista, carece de significación especial pero no es así; ya que denota la diferenciación de las esferas de la realidad social, en que desarrolla su quehacer como ser comunitario, lo que no es poca cosa. El 80% de ellos, acepta que la mayor parte de sus conocimientos provienen de las vivencias ocurridas en el contexto escolar. Por lo menos hasta la edad que tienen los estudiantes de bachillerato (entre 15 y 18 años con algunas excepciones).
Este convencimiento es importante por dos razones: la primera, porque implica el reconocimiento tácito de la influencia decisiva de las instituciones escolares y de la nobleza inherente al quehacer de las mismas en nuestra sociedad. Y la segunda, porque sugiere el imperativo de innovar, a quienes estamos asumiendo esta función social. Nos lleva, ciertamente, a la necesidad de plantear situaciones de aprendizaje cada vez más diversas, que tengan sentido y significados para los alumnos, actuaciones pedagógicas en las que debemos de estar a la altura de las circunstancias.

Entonces, según lo dicho, saberes académicos y saberes no académicos son nociones perfectamente diferenciadas por lo aprehendentes. Aunque ellos saben que la escuela es parte de su propio mundo, ya que desde los primeros años acuden a ella, y asumen por lo mismo, que no está disociada del todo de las experiencias que experimentan fuera de su seno y le reconocen además, un carácter primordial e inmediato a gran parte de los conocimientos adquiridos.

Desde esta percepción de los orígenes de los saberes, sólo el 20% de los entrevistados afirman que -la escuela, la familia y el medio social en general- influyen por igual en los aprendizajes. No obstante que las relaciones sociales en su concepción más amplia, dan lugar a aprendizajes de gran complejidad, en las respuestas dadas, son reducidas a segundo término. Aunque a este respecto, yo me inclino a pensar –que por lo menos en los primeros años de la vida humana- el proceso es a la inversa de como lo sugieren los resultados obtenidos. Es decir, la escuela moldea y configura las tendencias que las personas ya poseen por naturaleza y las adquiridas en casa. Los rasgos heredados son reforzados o transformados por los efectos innegables de las circunstancias ambientales que enmarcan el desarrollo en las primeras etapas y que, en buena medida, también lo determinan. Además, no debemos olvidar la influencia recíproca que está presente en la mayor parte de los procesos.
Me sorprende también, que el 60% de los alumnos entrevistados, admitan que las actividades que más les gusta realizar, son aquéllas que tiene que ver con las materias que cursan. No dudo que muchas veces así sea. Pero digo que es sorprendente, porque a lo largo de mi práctica pedagógica, he observado que las constantes han sido el bajo rendimiento académico y el desinterés por los contenidos de aprendizaje en casi todas las asignaturas. ¿Qué no debiera de haber una relación directamente proporcional entre el gusto por las actividades académicas y los niveles de aprovechamiento?
Si estamos de acuerdo con las tendencias de las respuestas dadas, hay una sobredeterminación de los saberes académicos con respecto de los que no lo son. Y nuevamente no estoy de acuerdo. Porque si así fuera, todas las personas educadas e instruidas serían buenas y esto no siempre es cierto. Y además me he dado cuenta al paso del tiempo, que muchas veces, la escuela no logra rescatar a los alumnos de las influencias negativas y desintegrantes de que están plagados los medios familiar y social. Si así fuera, la institución escolar sería la panacea para resolver todos los problemas sociales. Aunque creo que en determinadas condiciones pudiera efectivamente serlo. Me voy a poner romántico: según las respuestas dadas y para beneplácito de todos, en el imaginario colectivo todavía se yergue enhiesta la egregia presencia de la escuela como creadora y recreadora de saberes; lo que no implica que desconozcamos la influencia decisiva de otras instituciones sociales como las iglesias o la familia. La función de los centros educativos, sigue siendo insustituible y por tanto, hay que salvaguardarlos y fortalecerlos. Visualizar esto, también me motiva a reafirmar lo siguiente: -aunque no sea nada nuevo desde luego- los saberes inician en el hogar. Después, estos aprendizajes, sentimientos, valores y emociones se extrapolan y diversifican, en las múltiples dimensiones del proceso socializador preconizado por la escuela. Desafortunadamente, muchos de los logros alcanzados son pervertidos por la “jungla social “, cuando los alumnos se internan en ella en su intento por sobrevivir.
Considero que lo importante de todo esto, es que la sociedad en general, admite la existencia de vínculos pedagógicos entre lo que hacen la familia, la escuela y las determinaciones del contexto sociocultural en su conjunto.
De cualquier manera, identifico también algunas contradicciones en las respuestas. Por ejemplo, en otra pregunta que les planteo referente a la relación que existe entre lo que se enseña en la escuela y sus necesidades; el 80% responde que hay una “relación regular” entre ambas, en tanto que el 20% asevera que existe ”poca relación” entre los saberes académicos que la escuela impone y sus necesidades en la realidad exterior. Es claro que no lo expresan con estas palabras pero yo lo traduzco así. En otras respuestas, reconocen que lo que se aprende en la escuela es interesante y útil, no obstante la desconexión aparente entre lo que la escuela proyecta y ejecuta y lo que los alumnos requieren para resolver su inmediatez. Esta deducción me conduce a pensar en dos cosas distintas: Debemos estar replanteando y rearticulando de manera permanente lo que hacemos en las escuelas, para estar en consonancia con las exigencias exteriores y no ser rebasados por la realidad que avanza más rápido que las soluciones que ofrecemos al problema educativo; y para justificar además, nuestra vigencia social como institución que ofrece alternativas de formación humana. Me preocupa también, el desconcierto de los estudiantes ante las alternativas de desarrollo intelectual que les ofrecemos, ¿Dónde estará el origen de su desasosiego? Quizás obedece a lo que Pierre Bourdieu definió como la violencia simbólica ejercida a través de los contenidos de aprendizaje, que terminan por no significar gran cosa para sus destinatarios finales. O como dijera Montessori, es pues, la persona humana la que hay que considerar. Y esta afirmación sería ahora más verdad que nunca, cuando prevalece en la toma de decisiones en educación, los referentes de la lógica cruel del mercado y la economía.

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