domingo, 31 de enero de 2010

Mi práctica docente y su pertinencia política y social.



Una cosa que no está sujeta a discrepancias desde nuestra visión de educadores es lo benéfico de la labor educativa no solamente en nuestra sociedad sino en todas las sociedades en el mundo. Esta afirmación obedece a que propicia un desenvolvimiento de las capacidades del individuo desde un sinnúmero de ángulos. En la percepción de la generalidad de la gente, prevalece la idea de que la educación no sólo es buena sino necesaria para todos. Padres y educadores tenemos que ser los primeros convencidos, de otro modo nuestra práctica y afanes perderían razón de ser. Los efectos positivos de la función instructiva y educadora de los maestros y las escuelas en general, son indispensables dentro de los grupos humanos a los que pertenecen los educandos. Si la función escolar por todas sus consecuencias deseables no es cuestionada, si lo es por las políticas educativas nacionales y los efectos que tendrán en las generaciones de niños y jóvenes que hoy son sujetos de un proceso de formación con una orientación definida. Descubro en tal tendencia tres aspectos que deseo comentar:

La formación de las competencias está más encauzada a los ámbitos de la productividad y de la relación hombre-máquina dentro de un proceso que a otros aspectos de formación humana o social. Por ejemplo se desea que haya excelentes técnicos en jardinería o en cuidado y propagación de plantas, para que después de egresados no encuentren aquí en México donde desarrollarse y acaben “living their american dream” como cuidanderos de los jardines en las mansiones gringas allá en los Estados Unidos de Norteamérica. A esto se le ha llamado “capacitación para el trabajo”, “desarrollo de competencias profesionales y específicas” Me pregunto entonces, ¿Cuántas de las madres mexicanas parieron a sus hijos y los enviaron a nuestras escuelas con la certeza de que algún día acabarían como esclavos del imperio? Seguramente ninguna. Si los alumnos que egresan de nuestras escuelas tuvieran en nuestro país la posibilidad de emplearse y vivir con dignidad, la situación sería diferente pero por desgracia, no siempre es así.
Otro aspecto de la orientación señalada es que la educación que se imparte en nuestras escuelas responde a lo que el país requiere en función de sus necesidades internas, exigencias de desarrollo e imperativos a que se ve sometido por los escenarios de los intercambios comerciales con otras economías. Técnicos, mano de obra barata es lo que les urge, porque los hijos de los ricos estudian en las universidades privadas -nacionales y del extranjero- y los educan con la mentalidad de la clase dominante, no para ser obreros en las maquiladoras o jornaleros en el campo, sino para dirigir empresas y administrar y reproducir la riqueza que los pobres generan.

El tercer aspecto del enfoque por competencias, es el de la educación para la vida social. Toda educación, tiene como responsabilidad primordial la socialización del individuo, es decir, proporcionarle las herramientas que le permitan interactuar con otras personas por lo menos en dos vertientes: la del mundo laboral y la de las relaciones socio-afectivas. Ambas son de importancia toral; la primera porque sin ella no se generarían las condiciones que garantizarían su sobrevivencia en tanto ser material, y la segunda, porque el hombre ha devenido en lo que es, gracias a su tendencia natural a buscar siempre las relaciones con los demás y a establecer nexos afectivos en todos los contactos propios de su naturaleza de sujeto social. Reconociendo de antemano que el alumno es alguien que en determinado momento

o etapa de su vida tendrá qué incorporarse al mercado de trabajo de una u otra forma (en nuestras sociedades el ocio es un lujo que no podemos darnos) la cuestión de las competencias se muestra como algo ineludible puesto que guarda relación estrecha con las preguntas aquellas de: ¿a qué se van a dedicar nuestros estudiantes una vez que egresen de la escuela? ¿qué es lo que saben hacer por lo menos con un grado regular de eficacia? Por ello, es de gran trascendencia que el modelo educativo basado en competencias al tiempo que cumple con el mandato del Artículo 3º. Constitucional, proporcionando educación popular gratuita -aunque ya lo de gratuita es entre comillas- pretende responder a las expectativas de vocación de los educandos, considerando su situación específica de alguien que no habrá de salir jamás de determinado nivel socioeconómico, por las razones expuestas en el segundo punto. A este respecto es obvio que un mismo proceso de formación no es aplicable ni deseable para cualquier grupo humano; y si la educación por competencias es un proyecto intencionado, es decir, que tiene la orientación teleológica suficiente para saber con claridad lo que busca, que lo haga, pero sin pretender simplificar la estructura de un ser humano pensante a alguien que debe desarrollar una tarea técnica con eficacia, restringiendo su marco de relaciones sociales y acción humana a ese sólo ámbito.
Los aspectos que deben privilegiarse y ocupar un lugar central en mi práctica educativa y partiendo del contexto específico –semidesierto, migración, bajo nivel sociocultural, desempleo y pobreza- son los siguientes: Lo primero que hay que hacer es articular acciones formativas que coadyuven al reconocimiento objetivo que los alumnos tienen que alcanzar sobre la situación en que viven. En la cuestión técnica y académica proponer actividades que tengan algún impacto productivo en la región a mediano y a largo plazos, para sacar paulatinamente a las familias de su postración. Para ello se requiere una revinculación de la escuela con su entorno, porque nos hemos enfocado al trabajo aúlico, y el contacto con los productores del área de influencia y la problemática que arrastran se nos olvidan. Por tanto, en la actividad académica es necesario contemplar contenidos y actividades que tengan la mayor proximidad posible con su realidad y necesidades más apremiantes. ¿Tendría sentido de otra manera el quehacer escolar? Yo creo que no. Es necesario que los alumnos y la comunidad perciban este acercamiento para que establezcan la relación necesaria que tiene que existir entre las instituciones educativas y sus requerimientos porque la escuela es de ellos; y es desalentador que vean con desencanto que lo que ahí se hace, se volatiliza sin concreción alguna. Por otro lado, se requiere también que no se pierda de vista nuestra esencia nacional –he lamentado la mutilación del bachillerato histórico-social con la que desapareció hasta la historia patria- y se replanteen actividades orientadas al conocimiento y análisis de nuestra historia, raíces e identidad cultural. Aunque seguramente es mucho pedir con este enfoque tecnocrático y pragmatista que nos ha sido impuesto como consecuencia de la implementación de un modelo curricular basado en competencias, ordenado por el Banco Mundial y la voracidad descarnada e inhumana del mercado.

Pero volvamos a la cuestión de la educación en la comunidad. Las propuestas que he formulado más arriba, tienen que instrumentarse con carácter urgente, sobre todo por tratarse de una región y de un Estado (Zacatecas) en que el flujo migratorio es gravísimo, tanto así que en el imaginario colectivo predomina la idea de que irse a “Gringolandia” representa la solución definitiva al proyecto de vida de la mayor parte de las familias. Tocante a esto, es evidente que la educación de manera inmediata, no representa el único camino para resolver un problema tan grave. Tienen que ir paralelos a la acción de ésta, otros esfuerzos de los gobiernos en sus distintos niveles para revertir la situación de atraso que prevalece en el campo zacatecano desde los años setenta. Se requiere poner en marcha proyectos de desarrollo regional para propiciar el crecimiento económico y la generación de empleos, modificando además la política agrícola que, hoy por hoy, está dirigida en todo el país a beneficiar excluidamente a la pequeño-burguesía agraria relegando al olvido a los campesinos pobres. La educación hará la parte que le corresponde, esto es, modificará en forma permanente los contenidos y metodologías para estar en consonancia con las exigencias sociales. Porque si la escuela no se convierte en un factor de cambio y ascenso social, entonces perdemos nuestra vigencia y validez; es decir, lo que le da sentido a nuestra responsabilidad ética e institucional.
Junto a esto, hay otra cuestión que me preocupa sobremanera y ya he hecho referencia a ella: necesitamos disipar el espejismo de que educar equivale sólo a conseguir que nuestros estudiantes estén en posesión de tal o cual competencia de carácter técnico, no podemos establecer la igualdad: educación es lo mismo que capacitación técnica, porque entonces estaríamos percibiendo la realidad fragmentada y la educación perdería su carácter de proceso integral. Yo considero que lo primero que tienen que aprender nuestros alumnos, es a ver su situación social con objetividad y aprender a vivir en comunidad. El sentimiento comunitario adquiere un carácter definitivo, porque va a ser un catalizador que orientará su acción social y las relaciones intrínsecas que establecerá con los demás. Por ello, la instrucción escolar tiene que dirigirse a ampliar estas posibilidades para que podamos contemplar el advenimiento de mejores personas y de una sociedad más justa y democrática, que pueda ser el espacio natural para la formación de los valores y la promoción humana. Y esto lo digo porque con el nuevo modelo educativo nos hemos visto enseñando valores en medio de una realidad escolar que nos contradice por la tarde lo que enseñamos en la mañana. ¿A qué nos remite la realidad siguiente?: sanciones, castigos, reportes, suspensiones temporales o definitivas, bajas por X o Y motivos, reprobación, prohibiciones, exclusión, discriminación y un largo etc. ¿Será posible enseñar o siquiera hablar de valores en una realidad escolar estigmatizada por la desigualdad y el autoritarismo? La escuela popular mexicana debe ser transformada pero desde sus raíces, no desde un modelo educativo que no tiene sentido para muchos. Porque a través de estos mecanismos y otros más sutiles, el Estado en descomposición opera cabalmente su estrategia para la preservación del status quo favorable a unos cuantos. Convengo en que hay que fomentar valores y competencias, pero aquellas que modifiquen nuestro concepto de dignidad y el de nuestros estudiantes. Y por esta vía, tendremos qué volver a la cuestión aquella planteada por Freire: ¿Y quién educa al educador? ¿O debemos dar por hecho, que el profesor posee ya todas las competencias indispensables para que su quehacer devenga en las formación de sujetos libres, creadores y críticos? Él mismo da la respuesta: “Nadie educa a nadie, nadie enseña a nadie…los hombres se educan entre sí por mediación del mundo.” Esta afirmación implica que de nuestras condiciones concretas de existencia, -en tanto seres sociales- educandos y educadores tenemos que construir juntos los procesos instructivos dirigidos a la eliminación de la situación de opresión a que estamos sometidos; y por lo mismo, a la transformación de la sociedad desigual en la que la historia nos ha situado para el ejercicio de nuestra práctica educativa. Y todo esto dicho sea, para evitar el desliz pedagógico de terminar convirtiéndonos en apologistas de un modelo instruccional como si las puertas de las probabilidades se hubiesen clausurado y éste fuese el único posible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario