jueves, 21 de enero de 2010

¿Quiénes son nuestros estudiantes?

Primero hay que aclarar que como dice el refrán popular: "Viejos los cerros y todavía reverdecen..." Te diré que a pesar de tu pesimismo manifiesto -que a mí no me parece tal- en virtud de que todos tenemos momentos de reflexión en ese sentido, son correctas tus apreciaciones en relación con los jóvenes. ¿Qué es lo que ha pasado con ellos? Yo lo atribuyo a diversos factores: La época en la que estamos viviendo, la crisis de valores a nivel social, la escasa contundencia del Estado para cumplir con su tarea, el fracaso de la familia en términos generales para continuar siendo la institución social en la que los hijos se formaban y se formaban bien; y en la que los padres solíamos ser el ejemplo a seguir, el paradigma que resultaba imitable para los hijos y las hijas. Esta situación evidencia el fracaso nuestro, como padres y madres de familia. No hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. Por otro lado, la naturaleza de los cambios sociales y culturales ha terminado por rebasar no sólo a la escuela sino también a la familia tradicional que casi siempre era una garantía de formación y estabilidad para los que se criaban en ella. De esta situación de colapso generalizada que se percibe ya, surgen los nuevos retos para dos instituciones básicas que tienen que seguir desempeñando un papel central en la formación humana: la familia y la escuela. Hay qué seguir abonando para que la transformación se dé con la orientación deseable, en aras de una juventud más consciente y con sentido de responsabilidad. Ese debe de ser nuestro compromiso. De manera que tenemos que cambiar el planteamiento de la interrogante inicial: ¿Qué es lo que ha pasado con los jóvenes? Yo más bien diría: ¿Qué ha pasado con la función del Estado? ¿Qué ha sucedido con los padres de familia? ¿Qué le ha sucedido a la escuela y a las demás instituciones sociales que se han visto rebasadas -y con mucho- por las circunstancias actuales? Somos todos nosotros quienes no hemos tenido la estatura suficiente de ser espacios y personas confiables para la niñez y la juventud de nuestro tiempo.

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