jueves, 21 de enero de 2010

Así enseño.

Para dar una clase o iniciar un tema, además de la revisión de los materiales y temas -anterior al proceso pedagógico propiamente dicho- generalmente, parto de alguna actividad breve, que tenga que ver con el reconocimiento de los saberes que los estudiantes traen sobre el tema a tratar. Después de esto, continúo con alguna actividad motivante, que desencadene el interés y active sus conocimientos previos para relacionarlos con el tema en cuestión. Esta activación es un factor propulsor de gran importancia, porque sólo así le va encontrar sentido al contenido que se pretende enseñar. Posteriormente en la fase de desarrollo, procuro plantear actividades que tengan que ver con situaciones problemáticas o con vivencias propias de su entorno y que formen parte de la cotidianidad para que las relacione con su inmediatez. Cuando selecciono correctamente las actividades correspondientes a la fase inicial -de la clase, del tema o de la secuencia- se generan motivos importantes que someten a prueba los conocimientos y la imaginación del educando dándole un plus a su participación. Esta parte del tema, suele ser la más extensa. Todas las actividades se centran en “el hacer del alumno”, procurando -como ya dije- que sean significativas para ellos; o por lo menos, que tengan el potencial suficiente para inducirlos a participar e involucrarse. También desde un principio del proceso inicio la observación de las conductas y las respuestas de ellos ante las situaciones de aprendizaje planteadas. La observación permanente, me permite conocer con objetividad el grado de participación, la calidad de los intercambios y en forma parcial, los aprendizajes alcanzados. Ya en la fase de cierre o de conclusión de la clase, propongo actividades orientadas a la recopilación de información, expresadas en productos o evidencias que me proporcionen información confiable sobre la cantidad y calidad de lo que aprendieron realmente los alumnos. Además hago lo necesario para evaluar -aunque sea en forma parcial- los logros del proceso. Utilizo para esto la autoevaluación y la coevaluación. Lo importante es tener por lo menos una idea aproximada de los aprendizajes concretados en cada sesión de clase. Ya al concluir el tema o la secuencia didáctica, pongo en práctica los mecanismos e instrumentos que el modelo educativo establece para tal efecto. Por otro lado, es necesario que admita con franqueza que no soy muy dogmático en esto de la cuestión metodológica. Por lo regular no acostumbro ser “muy cuadrado o esquemático”. Esto es en parte, para que los alumnos no perciban el proceso como algo rígido o inflexible… y por lo mismo reiterativo y cansado. No soy un profesor que llegue a clase diciendo: “Jóvenes vamos a iniciar ahora la fase de desarrollo de la secuencia tal…” Yo creo que junto a la observancia de ciertos cánones de la didáctica, siempre son deseables y bien recibidas algunas dosis de espontaneidad. Cuando somos muy unilineales, aunque sigamos estrictamente los pasos de una secuencia o de un plan de clase, los alumnos terminan por exclamar: ¡Uh otra vez lo mismo! Admitiré también que no siempre alcanzo los resultados que espero. Es más, hay ocasiones en las que con algunos grupos, los resultados son entre regulares y malos. Esto a pesar de que hago lo posible por imprimir dinamismo a la clase y propiciar la participación de los estudiantes.

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