domingo, 7 de febrero de 2010

Concepto de aprendizaje autónomo.



El aprendizaje autónomo significa entre otras cosas, estar capacitado para construir o acceder al conocimiento comprendiendo en todas sus particularidades el proceso implicado. Es también, la posibilidad de que el alumno a través de la regulación de sus propias capacidades, descubra de qué manera aprende (Metacognición). Cuando esto sucede, los mecanismos mediante los cuales aprende, no operan de una manera automática; es decir, sin intención deliberada. Antes bien, son resultado de actividades que se ponen en marcha por medio de un proceso consciente y que está dirigido a un resultado previamente establecido. Así, resulta claro, que en estos productos cognitivos no habría nada azaroso. No obstante la certidumbre de esta afirmación, hay muchas cosas que aprendemos a través de la imitación (conducta modelada) desde las primeras etapas de la vida. Gran parte de los saberes que poseemos y que son decisivos en primera instancia, como por ejemplo: comportamientos o respuestas ante determinadas situaciones sociales que hemos visto que han dado buenos resultados en personas -nuestros padres, otros parientes o amigos- y que ejercen sobre nosotros una influencia innegable, proceden de este origen. Podríamos mencionar también, otros saberes asimilados a través de la repetición mecánica, como conducir un auto o subir una escalera etc. y que son de indiscutible utilidad. Sin embargo, los conocimientos que verdaderamente representan el punto de partida para la construcción cognoscitiva autónoma, son aquellos que hemos alcanzado a través de la práctica planificada y la reflexión dirigida. Por tales caminos se puede llegar al aprendizaje autónomo. Desde esta óptica, los saberes trascendentes son aquellos que se revelan como una consecuencia de la aplicación de sistemas de cognición consciente y sin la intervención directa del profesor. Esto significa que el alumno se da cuenta cómo suceden y que identifica los factores que confluyen en ellos. Pero también, implicaría en un momento dado, la comprensión de los procedimientos intelectuales u operativos sobre los que tiene que ejercer control o dominio para que el conocimiento ocurra. El aprendizaje autónomo suele ser considerado además, como una facultad que el estudiante adquiere a través del ejercicio continuado y sistemático, orientado a la regulación y dirección de su propia comprensión. Desde una perspectiva teleológica, el fin último del aprendizaje autónomo se consigue cuando los alumnos adquieren la facultad de pensar por sí mismos y de formular juicios críticos respecto de las cosas, de los fenómenos sociales y de la realidad en su sentido más general. Es más, ¿Cómo podríamos hablar de la eficacia de un proceso formativo e instruccional, sin haber desarrollado en los estudiantes la facultad de cuestionar su mundo y de transformarlo? ¿O de entender el leve y abigarrado transcurso de la fenomenología contextual de la que es un elemento vivo y actuante sin asumir una posición ante ella? Por esto, adquiere un carácter imperativo que desarrollemos en ellos, la capacidad del aprendizaje autónomo que sugiere mayor responsabilidad; pero que, en la misma proporción, desencadena el surgimiento de una pluralidad de oportunidades para su transformación intelectual y cognoscitiva. El aprendizaje autónomo lo entenderemos no como una licencia para que los alumnos actúen en clase a su libre arbitrio y sin la proximidad de nuestra tutela; sino como una alternativa para movilizar todos los recursos con que cuentan en su afán por asir parcelas del saber humano sin la participación de un tercero. Implicaría así mismo, el diseño de los instrumentos y rutas metodológicas sin cuya intervención, no podrían alcanzar los resultados esperados en su propósito de acceder al conocimiento.

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