viernes, 29 de enero de 2010

El derecho a la identidad cultural.



Un pueblo sin cohesión al interior de sus tradiciones, costumbres y prácticas culturales, es poco probable que sobreviva. Y si lo consigue será subordinado a otra cultura más vigorosa en una posición de dependencia. Aquí estriba la importancia de la identidad cultural, entendida ésta como el conjunto de rasgos que en el sentido señalado determinan lo que un pueblo es y los embates que podría resistir en determinado momento ante los intentos de sujeción o dominación por otros pueblos. Sin duda la identidad histórico-cultural –siendo una construcción milenaria- es lo más duradero y significativo que un pueblo pueda generar. Y si bueno es lo que pervive, entonces eso es la esencia, lo que se es, y por lo mismo, hay que salvaguardar y fortalecer a costa de lo que sea.

La esencia es lo que permanece a través del tiempo, es la que nos define. Se le llama identidad cultural. Es aquello que en un momento determinado se muestra como los rasgos constantes entre los individuos pertenecientes a una nación o grupo. Si todos esos aspectos que nos identifican y hacen que seamos uno desde la perspectiva de lo colectivo, significa que tienen la facultad de vincular y no de dividir, de propiciar acercamientos y no rupturas. Seguramente existe una relación muy estrecha entre la identidad cultural y la estructura de la conciencia colectiva. Este hecho tiene una enorme relevancia, porque ha sido su soporte para mantenerse en pie después de cinco siglos de olvido y de intentos sistemáticos de destrucción de sus culturas. Significa además, que hay algo muy profundo y significativo en lo que estos pueblos son y que se niega a morir. Unos le llaman identidad histórica-cultural, otros le denominan Espíritu. Ambos tienen razón. Cuanto más vigoroso es el Espíritu, más inmune e indestructible se muestra el perfil de un grupo humano.

El orgullo de pertenecer a una cultura con rasgos semejantes, se refleja evidentemente, en el valor que le concedemos a todo aquello que nos vuelve distintos, únicos. Eso es lo que se denomina identidad. Pero ésta también es todo aquello que un grupo humano crea y que queda para la posteridad reflejado en las creaciones culturales que revelan con nitidez los perfiles de su singularidad. Desde esta perspectiva, el cúmulo de rasgos materiales, intelectuales, afectivos y espirituales entre otros y expresados en su forma de vivir, es un espejo fiel de lo que un pueblo es.


En los indígenas, la identidad es parte constitutiva de su ser, y guarda estrecha relación con la naturaleza y la tierra en la que vive, de la que no se siente propietario sino de la que es parte. Pero que sin embargo, se le ha ido arrebatando y esto lo está experimentando como un desprendimiento doloroso, un desgarramiento de una parte sustancial de su identidad. Tal situación -obviamente- ha puesto en riesgo su permanencia en tanto seres físicos y consecuentemente, también a su identidad cultural propiamente dicha. Y es aquí donde entra a discusión la cuestión del derecho que tienen los individuos pertenecientes a minorías, para organizar desde diversos frentes la defensa de su identidad cultural. Y la primera forma de protegerla es a través de su disfrute y práctica continuada en todos los escenarios de su transcurrir socio-comunitario.


Cualquier agresión en contra de este derecho por parte de otros grupos o culturas, debiera de ser severamente sancionado. Pero, ¿Quién sancionará? Y esto lo digo porque a las culturas indígenas -según lo que hemos notado- no se les reconoce derecho alguno, no obstante que desde hace mucho tiempo las distintas etnias han hecho esfuerzos permanentes en la defensa de su diversidad cultural. Y por ello me pregunto: Si se considera un imperativo ético la defensa de su identidad y diversidad, ¿por qué los pueblos indígenas en nuestro país y en la América india, desde la colonización de nuestro continente han padecido todo tipo de violencia expresada en diversas formas, desde la cultural hasta la institucionalizada? La respuesta es sencilla: Porque no han existido sistemas de justicia que efectivamente hagan valer todos sus derechos, incluidos los referentes a la salvaguarda de su identidad, que debiera de ser inseparable del respeto a su dignidad humana.

La protección y el respeto a los derechos de los indígenas y de otros grupos minoritarios, no puede darse en países como el nuestro o en aquellos que comparten rasgos similares. Es decir, en donde prevalecen altos niveles de desigualdad e injusticia social, en los que otros grupos sociales que no pertenecen a ninguna etnia, donde operan sistemas jurídicos que se prostituyen y la justicia se vende al mejor postor, donde las leyes son violadas sistemáticamente por aquellos individuos e instancias que se supone debieran de ser los responsables de hacerlas cumplir y obedecerlas antes que todos.

Desafortunadamente en nuestras sociedades el hecho de ser distinto se castiga con desprecio e indiferencia. Y el ser indígena… peor aún. Las diferencias aluden a la existencia de la diversidad y hay quienes las toman como un argumento válido para atropellar y desconocer los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas. Suspender o restringir una libertad equivale a vulnerar un derecho y vulnerar un derecho implica desconocer a los demás en condiciones de igualdad y de dignidad.

La cuestión de la diversidad es una realidad bastante compleja. Y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es reconocida la existencia de tal diversidad de la condición humana. Esto representa un gran avance, ya que por lo menos, hay un marco jurídico al cual pueden remitirse todos aquellos grupos y sectores marginados cuando son violentados sus derechos. En el Artículo 18 por ejemplo, establece tres derechos que son de importancia primordial: el derecho a la libertad de pensamiento, el derecho a la libertad de conciencia y el derecho a la libertad de religión. Veamos que relación puede existir entre estos tres tipos de libertades: La libertad de pensamiento en sentido pleno no puede existir, porque todas las ideas se han configurado a partir de la relación con el mundo. Las ideas emergen de esa relación. Nacemos y crecemos en una maraña de determinaciones.

La multiplicidad de experiencias surgidas de los contactos cotidianos e inevitables con lo concreto, van dando forma a nuestros pensamientos y concepciones. Esto significa que nacemos condicionados no sólo biológica, sino también socialmente y lo que pensamos, es más resultado de dicho fenómeno que de una adquisición libre producto de la voluntad del hombre. Por lo menos en primera instancia así es. Y por tanto, al ser, sólo le queda en la fase inicial de su vida, ser un engrane más en una maquinaria en la que casi todo está decidido y programado. Entender esta situación, colocarse aparte y ser un instrumento de cambio, será una tarea posterior.



Algo similar sucede con la religión, aunque ésta devenga muchas veces en un instrumento de búsqueda de respuestas y explicaciones que no han podido ser construidas en el mundo de lo inmediato. Desde luego, no está demás decir que lo religioso en las culturas indias adquiere un carácter más existencial, significativo y vital, en virtud de que se convierte en un vínculo para enlazar la forma en que se conciben en tanto seres individuales y la relación que establecen con la naturaleza y su concepción del cosmos y de su lugar en él. En el indígena todas sus expresiones culturales son parte integrante de su identidad. Para aquilatar lo valioso de estas expresiones, tendríamos que reeducarnos para ser formados en la igualdad y la tolerancia, en el respeto a los derechos humanos y en la diversidad. Sólo bajo esta premisa sería posible pensar el mundo y la relación con los demás de una forma diferente, en la que respetemos en los demás los derechos que deseamos, sean reconocidos en nosotros mismos.

Por ello, es necesario retornar al hecho de que la educación es un proceso de suma importancia en los grupos humanos y en la vida social en general. Porque tiene que ver con la socialización en la que se debieran cultivar valores como el respeto, la equidad, la tolerancia, la justicia y la democracia, que son decisivos para la vida colectiva. Yo me pregunto: ¿De qué otra forma es posible concebir e imaginar al ser humano sino en su condición de ser diverso? Y en esa diversidad tenemos qué esta incluidos todos. Por desgracia no hemos sido educados de esta manera. Al contrario, hemos sido formados en la discriminación y el desprecio por el otro. Las escuelas han funcionado tradicionalmente como centros de domesticación, selección y exclusión. No hay respeto por las diferencias ni por la unicidad o singularidad de cada quien. Ha sido como una aplanadora descontextualizada que homogeniza.
Ahora bien, volviendo a nuestro asunto; si entre los propios mestizos hay rechazo de unos contra otros, ¿Qué podemos esperar de éstos con respecto a los indios? ¿Cómo respetar su identidad cultural permitiendo que vivan dentro de sus espacios y territorios y que se relacionen de acuerdo a sus propias formas de organización? ¿Será esto posible cuando el mensaje que mandan los gobiernos apunta a la profundización de la relación de desprecio de la que hemos estado hablando? Por ello, tenemos convencernos de que la lucha indígena es una lucha extrema, en contra del exterminio y del desprecio exacerbado, por la defensa de su existencia, de su identidad y de su lugar en el mundo.
A modo de conclusión diré que para propiciar un cambio de visión referente a este problema, es necesario reconocer que es bastante el costo que han pagado los pueblos indígenas en su lucha por defender la integridad de su identidad cultural pues sistemáticamente se les ha negado este derecho. Y el derecho también a que cada etnia, pueblo, y grupo social sean respetados e incluidos tal y como son. Para conseguir esto, se requiere que las generaciones actuales y las que vendrán, sean educadas en la interculturalidad y en un reconocimiento pleno a la diversidad. La educación tiene que ser replanteada para que pueda revalorarse la dignidad de la persona humana bajo un marco ético radicalmente diferente. Admito la certeza que desde la academia es nimio lo que se pueda decir o hacer por los indígenas. Sólo un teorizar vano, insulso y petulante, estructurado a partir de la nada. Y a esto se le llama especular por no decirlo de otra forma. Para hablar sobre el indio, hay qué conocerlo y entenderlo y esto sólo es posible viviendo entre ellos y como ellos, compartiendo sus afanes de cada día. De manera que –según lo dicho- aquí concluyo este ensayo apriorístico y carente de sentido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario